17/1/08

El hombre y su sueño (... y parte II)

El diseño del coche soñado por Tucker se tenía que apoyar sobre tres pilares fundamentales: la seguridad, la potencia y el espacio. Como él mismo dijo: “tienen que viajar cómodamente seis jugadores de fútbol (americano, claro)”.

El diseño previo del prototipo contaba con suspensión independiente para las cuatro ruedas, un motor trasero de 6 cilindros, de inyección, refrigerado por aire y frenos de disco. Lo que ahora nos puede parecer algo simple era una revolución total para su época. Pero todo este despliegue de imaginación y tecnología no era tan fácil de llevar a la práctica.

Desde un primer momento, la suspensión funcionó muy bien dando unos resultados excelentes, todo lo contrario que el motor. El que era un diseño propio de 9.7 litros evidenció una falta de potencia desde su prueba en banco y tuvo que ser finalmente sustituido por un motor Franklin de 5.5 litros, que se usaba en helicópteros pequeños, refrigerado por agua y no por aire como estaba previsto. El cambio propició un aumento de potencia desde los 89 CV del motor inicial hasta los 168 CV del nuevo, pero con el inconveniente de ser más pesado y voluminoso.

También existieron problemas con los frenos de disco, que fueron ideados partiendo del diseño que utilizaban algunos aviones, pero que quedó demostrada su poca eficacia al ser implantados en el conjunto del coche. Por este motivo tuvieron que ser sustituidos por los tradicionales frenos de tambor. También fueron finalmente desechadas las llantas de magnesio.

En cambio, a pesar de los inconvenientes, sobresalía la revolucionaria caja de cambios automática. Estaba diseñada por el mismo ingeniero que creo la Dynaflow que utilizaban los Buick pero con una concepción totalmente distinta. Mientras que el modelo original estaba compuesto, como era habitual en este tipo de cajas, por 120 piezas, la que llevaba el Tucker, llamada Tuckermatic, constaba sólo de 27. Además, el conjunto estaba fijado con sólo cuatro pernos que permitían un montaje y desmontaje rápido y sencillo.

En lo referente a seguridad, eran numerosos los aspectos que se tenían en cuenta destacando un tablero de instrumentos acolchado, botones de mando fabricados en materiales no muy rígidos y situados detrás del volante, sólo al alcance del conductor. En un principio, Tucker pensó en incorporar cinturones de seguridad para evitar lesiones a los ocupantes, pero fue persuadido finalmente con el curioso pretexto de que el comprador pensaría que estaba adquiriendo un “coche peligroso”.

Externamente, la carrocería (de cuatro puertas) era muy aerodinámica, con un coeficiente de sólo 0.27, y de ella llamaba la atención el tercer faro direccional que sobresalía de su gran frontal. Esta era la repuesta de Tucker a un estudio que se acababa de dar a conocer, en el que se afirmaba que el 65% de los accidentes en carretera durante la noche, se debían a la falta de iluminación en el momento en que se tomaba una curva.

Se llegaron a fabricar 51 unidades del Tucker Torpedo de los cuales sobreviven 47 en perfectas condiciones. La historia de este automóvil y su reducido número hace que sean una auténtica pieza de colección no pudiéndose negociar su compra por menos de 300.000 dólares. Basta destacar que la unidad 1043 fue vendida en 2005, en una transacción entre particulares, por 750.000 dólares.

Ficha Técnica:

Motor
Disposición: Trasero
Cilindrada: 5.490 cc
Cilindros: 6 horizontales opuestos
Diámetro x carrera: 114,3 × 88,9 mm
Compresión: 7 a 1
Refrigeración: Por agua
Potencia/régimen: 168 CV a 3.200 rpm
Alimentación: Inyección mecánica
Aspiración: Natural
Distribución: OHV, dos válvulas por cilindro
Consumo medio: 25 kilómetros por galón

Transmisión
Tracción: Trasera
Caja de cambios: Automática de 4 velocidades

Chasis/Carrocería
Carrocería: Sedán de cuatro puertas
Tipo: Acero
Suspensión delantera: Independiente
Suspensión trasera: Independiente
Frenos: Tambores a las cuatro ruedas

Medidas
Longitud/Anchura/Altura: 5.330/2.080/1.650 mm
Vías/dist. entre ejes: 1.625(del)-1.651(tras)/3.302 mm
Peso en vacío: 1.921 Kg
Depósito: 76 litros

Prestaciones
Velocidad máxima: 191 Km/h
Aceleración 0-100: 10 s

Precio original: 2.450 dólares

1 comentario:

Oboman dijo...

Extraordinario post una vez mas. Vaya manera de subir el nivel del blog.

En cuanto a Preston Tucker, para mi es uno de los personajes clave en la historia del automóvil. Representa el prototipo de emprendedor que persigue de manera constante e incansable una ilusión y es capaz de enfrentarse a todo y a todos por realizarla y por mas obstáculos que encuentre en su camino, muy en la línea del tan manido sueño americano aunque a la postre fuera denostado y poco menos que linchado por la opinión pública de su tiempo. A pesar de todo, las innovaciones que introdujo y su planteamiento visionario del automóvil ahí quedan, sobre todo por el enorme mérito de haber concebido un producto tan sumamente adelantado a su tiempo.

Sobre el largometraje de Francis Ford Coppola tengo que decir que es una de mis películas favoritas de siempre (el autor de post conoce mejor que nadie lo pesado que puedo llegar a ser con este filme), dejando a un lado el interés de la historia en si, tanto la puesta en escena como las interpretaciones me parecen magníficas y retratan fielmente una época convulsa, de grandes retos industriales y tecnológicos, ilusionante sin duda, pero a la vez cruel e inmovilista como sufrió en sus carnes el propio Preston.

En efecto, la cinta de Coppola nos sumerge en un sector automovilístico en los EEUU de mediados del siglo XX dominado por las “tres grandes” compañías radicadas en Detroit: General Motors, Chrysler y Ford las cuales aun siendo competencia directa y por lo tanto (y en teoría) rivales encarnizadas no dudan en hacer causa común cuando se trata de defender su posición dominante la cual sienten amenazada ante la irrupción de un producto, el automóvil Tucker, mas avanzado tecnológicamente que el suyo y que puede representar una dura competencia que ponga en peligro su supremacía. Sobre este planteamiento Coppola nos presenta una lucha de intereses, poder e influencias llevada hasta las últimas consecuencias por quienes se niegan a ceder su posición de privilegio y a un Preston Tucker que pasa de la inicial euforia emprendedora al duro despertar a una realidad en la que, por paradójico que resulte, su producto es tan bueno que no tiene cabida en el mercado. Mención especial merece el encuentro de Tucker con Howard Hughes, otro “incomprendido” de la época que en el mismo hangar donde reposa el imponente Hercules pone a Preston sobre aviso de lo que le espera si persiste en su tozudez por plantar cara a los intocables. Por supuesto que el final de la historia es el que cabe esperar en estos casos y la moraleja la ya consabida de que si osas enfrentarte al poder establecido tan solo puedes aspirar, como mucho, a la victoria moral.

El bloqueo al que se ve sometido el empresario de Michigan por parte de las “tres grandes” que le deja sin proveedores de componentes básicos, amenazados con una retirada masiva de pedidos en el caso de que suministren a la compañía de Tucker, nos muestra una realidad plenamente vigente en nuestros días y es que en esta era de la globalización resulta imposible subsistir como fabricante de automóviles si no estás integrado en una gran multinacional que te permita acceder a componentes estándar a bajo coste, una red de distribución eficiente y unas cuotas arancelarias que garanticen la rentabilidad del producto y en última instancia los beneficios para el fabricante. A lo largo de las últimas décadas hemos asistido a un escenario en el que constructores históricos de ambos lados del atlántico se debatían entre ser absorbidos por una macrocompañía o resignarse a una inasumible perdida de competitividad de su producto frente a la competencia con la consecuente amenaza de desaparición de la marca.

Chevrolet, Mustang, Plymouth, Auburn, Cadillac, De Lorean, Buick, Pontiac, Dodge… cuando alguien me habla de la “cantidad” de marcas americanas míticas suelo sonreír y decir siempre lo mismo: “¿Marcas americanas? Solo hay tres”.